Hubo un tiempo en el que el orgasmo femenino era sagrado, un misterio, una forma de comunión.
Pero no pensemos que tenía que ver con ese orgasmo maquinal de estimulación física con cualquier hombre que nos han vendido ahora como liberación sexual, era un acto de adoración de dos almas y dos cuerpos que estallaban en emociones de comunicación y cercanía, cuidado, deseo, armonía.
Los centros de culto a la Diosa reunían a miles de personas en los festivales anuales y allí se producía el milagro y el intercambio de genes: deseo, orgasmo, ovulación y embarazo eran verdaderos elementos sagrados en los que la Creadora se manifestaba.
Que un hombre acceda a nuestro interior debería ser recuperado como acto sagrado, de amor a nosotras mismas y de comunión espiritual. No vale cualquiera. No vale cualquier trato.
Mireia Long
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