Cuando era jovencita tenía una buhardilla en la calle Galileo en Madrid, en un edificio que era una corrala. La usaba para estudiar cerca de la Uni o dormir allí de vez en cuando y sobre todo para aislarme y leer, soñar, escribir. Era muy pequeñita. Solo podías estar de pie en el pasillo y en un trocito de la cocina. Solía comprar comida preparada y comérmela sentada en la cama baja llena de cojines que tenía. Almacenaba libros que me costaba subir. Tenía las paredes llenas de árboles genealógicos inventados o reales, de dibujos, de fotos de cuadros y edificios que amaba. La luz de la luna entraba por un ventanuco. La adoraba. Me he acordado hoy de que no conservo ninguna foto.
Me encantaba estar allí. Vivir sola.
Mi espíritu era libre. Era más yo que en ninguna otra situación. No necesitar más que libros y pensamientos. La sociedad nos inculca que debemos buscar con quien compartir todo el tiempo, pero no todos lo deseamos.
Mireia Long
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